Las vacaciones y el descanso están en el aire y asoman las ganas de disfrutar del buen tiempo: pileta, parque, mar, montaña, plazas, son todos bienvenidos.
Sentimos que con el sol y el calor más ver las playas colmadas, una sensación de ''normalidad'' que nos hace pensar que estamos a salvo del COVID-19.
Pero, lamentablemente, el coronavirus nos sigue acompañando y no podemos descuidarnos ni a sol ni a sombra, literalmente.
Lo que nos lleva a preguntarnos...
¿Tiene algún efecto el sol del verano sobre el coronavirus?
Los científicos desestiman que la radiación solar sirva para inactivar el virus en tiempo suficiente para evitar el contagio persona a persona.
El uso de la radiación para desinfectar superficies no es nuevo. La radiación “germicida”, así llamada porque justamente destruye bacterias y otros gérmenes nocivos, proviene de lámparas artificiales que utilizan una longitud de onda acotada: los rayos UVC, un tipo de radiación ultravioleta de alta energía, en el rango de los 100 a 280 nanómetros (nm).
Esto puede llevar a pensar que el fuerte sol del verano podría cumplir la misma función.
Pero no es así ❌
La radiación germicida no llega a la superficie de la tierra, porque la filtran los gases de la atmósfera. Si esto no fuera así, tendríamos cáncer de piel, cataratas u otras enfermedades, ya que es muy nociva.
🔎 En conclusión, el sol no disminuye el riesgo de contagio persona a persona en condiciones de proximidad. El decaimiento de la efectividad del virus en los aerosoles es un proceso lento comparado con su veloz dispersión. El sol puede tener un rol en el contagio a distancia (cuando los aerosoles llevan un tiempo en el aire) pero no en cercanía, dónde la mayor concentración está en el aire recién exhalado por la persona.
Es claro que hay una diferencia importante entre que el virus sea inactivado por radiación en superficies bajo determinadas condiciones y asumir que el sol impide la transmisión del coronavirus.
Ahora nos queda el mar 🌊, ¿Puedo contagiarme por el agua?
Si bien son concebibles situaciones que propicien la transmisión por esa vía, a la luz de la evidencia actual y tras casi 2 años de pandemia resultan ser despreciables en comparación con la posibilidad de contagio a través de las gotitas respiratorias y los aerosoles procedentes de la nariz o la boca que salen despedidas cuando una persona infectada tose, exhala, habla o canta a menos de 1 metro de otras personas. O cuando se bebe del mismo mate o botella.
En principio, según la OMS, no hay pruebas de que el virus de la COVID-19 sobreviva en el agua. Y menos en agua salada, que reduce el potencial infectivo del virus.
Otro factor que reduce el riesgo es que, aunque pudieran encontrarse en el agua virus aislados con capacidad infectiva, se requiere una cantidad mínima del agente microbiano para producir el contagio (2 virus sueltos flotando en el agua jamás podrán contagiar a una persona expuesta, porque su sistema inmune los elimina).
¿Qué hacemos entonces?
No relajar las medidas de prevención
El riesgo real concreto de las vacaciones de verano en la playa es “bajar la guardia” y dejar de adoptar las medidas básicas de precaución: distanciamiento social; uso de barbijo o mascarilla cuando no se pueda mantener la distancia de 1,5 metros con personas fuera de la burbuja; ventilación en ambientes cerrados (por ejemplo, en restaurantes) y lavado de manos.
El peligro real es confiarse y sentir que, por estar de vacaciones, uno puede olvidar esas medidas.
Fuente: Chequeado, Conicet.
Dr. Mario Spennato
Cardiólogo
MN 126340-MP 551207
Lorenzo López 882, Pilar Centro.
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